viernes, 25 de octubre de 2013

El Idealismo Clásico Alemán


El Idealismo Clásico Alemán



Se desarrolla entre finales del s. XVIII y la primera mitad del s. XIX. Es una época marcada por la Revolución francesa y así como en Francia e Inglaterra la revolución tuvo un marcado acento político y económico, en Alemania se desarrollo más en el orden del pensamiento.

Este pensamiento arranca de los planteamientos kantianos y pretende ser su conclusión lógica. Se intentan eliminar ciertos residuos dogmáticos como el concepto de noúmeno, porque de este modo la realidad queda reducida  al fenómeno y por tanto realidad y pensamiento se identifican ( lo único que existe es el fenómeno y eso es lo único que puedo pensar. Pensar = Conocer).Aceptan de la teoría kantiana la distinción entre entendimiento y razón, suponiendo que esta última es necesaria para el conocimiento de la totalidad y esto se convierte para los idealistas en el criterio de verdad. El entendimiento sólo puede conocer lo finito y lo particular.

De entre todos los sistemas idealistas el más representativo es el de Hegel que es considerado el último gran sistema especulativo de la Filosofía occidental. Pone gran confianza en el uso de la Razón para descubrir la clave que une los procesos naturales, sociales, históricos o culturales. Por eso se considera que con Hegel se inicia la filosofía contemporánea.

Comienzan a dibujarse los primeros movimientos obreros, se inicia la revolución industrial, se produjeron innumerables descubrimientos. Es  una época de grandes guerras imperialistas y de revoluciones símbolo del auge del proletariado con ansias internacionales, es la época del marxismo, del socialismo utópico, del anarquismo...

LA DIALÉCTICA

Lo primero que pretende la filosofía hegeliana es separar los dualismos kantianos:
·                     Entendimiento/Razón
·                     Fenómeno/Noúmeno
·                     Determinación /Libertad

Todos estos dualismos que están presentes en la filosofía kantiana generan antinomias lo cual hace imposible hablar con rigor de la totalidad.
Hegel asume e integra estas contradicciones en su sistema, fue el gran teórico de la Superación. Da por supuesto que todo forma parte de un proceso de cambio, que en el universo existe un dinamismo general y que cualquier realidad está bien en su momento, pero ya no.

En el orden del pensamiento la ideas se superan constantemente y en el orden de la naturaleza también, ni uno ni la otra son estáticas, sino que hay un continuo cambio, lucha y muerte.(revolución francesa aceptada para posteriormente negarla).Tanto las coss como las ideas son aceptadas hasta que son negadas, de hecho, tienden a ser negadas; toda idea contiene en sí misma la idea de su propia negación, genera, pues, su contradicción; estos elementos tienden, a su vez, a reconciliarse (nacimiento de una idea que lleva en sí mismo el germen de su negación, la negación de la idea y la reconciliación entre ambas). Este proceso recibe el nombre de Dialéctica, la oposición y al lucha de elementos que posteriormente se reconcilian.


La dialéctica es la ley del mundo, porque todas las realidades se despliegan dialécticamente. Es la ley de la Razón, porque la Razón se despliega con lógica dialectica. Los proceso de desarrollo de la razón y de la realidad son una misma cosa. (no olvides que ser y pensar son lo mismo).



Este proceso dialéctico está integrado por las siguientes partes:


Tesis (afirmación): Es la posición inicial, es la afirmación del hecho, es el principio, sin embargo, contiene ya, en sí misma, su contrario. Pensar en el ser nos lleva a pensar inevitablemente en el no-ser.

Antítesis (negación): Toda posición conlleva una negatividad interna: la necesidad de reconocer la negación de la afirmación, ya que la realidad siempre es conflicto.

Síntesis (negación de la negación): Es la superación del ser y del no-ser en una entidad superior. Es la generación de una nueva posición, unión de la tesis y la antítesis.

El proceso dialéctico tiene lugar tanto en la naturaleza como en la historia como en la mente del hombre, nada queda excluido de este proceso dialéctico ya que supone la unión del sujeto y el objeto (pensar y ser), de lo finito y lo infinito; indica la unión de todos lo elementos opuestos o contrarios que se hallen en la realidad. Los seres humanos llevamos el Absoluto dentro, somos expresión para él. La Filosofía es la expresión del Absoluto.
Las etapas de conflicto y superación que sigue el yo o conciencia, componen el camino del Espíritu, tanto en mi yo particular como en el género humano, que he tenido que recorrer para identificarme como espíritu, con el fin de superar lo finito y lo infinito.


EL IDEALISMO ALEMAN

El idealismo, se puede clasificar en 4 autores y pensamientos:

1. Idealismo Trascendental de Kant.
2. Idealismo Subjetivo de Fichte.
3. Idealismo Objetivo de Schelling.
4. Idealismo Absoluto de Hegel.


Kant.


El idealismo trascendental afirma que para conocer se necesitan una materia (datos sensibles) y una forma (conceptos, categorías), es decir hacen falta sentidos y entendimiento (razón).
La reunión entre ambos la lleva a cabo el sujeto -por eso es idealismo- pero si faltan los datos sensibles no puede llevarse a cabo -por eso es trascendental o sintético-.

Fichte.

Afirma que todo intento filosófico de entender el problema del conocimiento a partir de la experiencia sensible se encuentra con una realidad incognoscible. Por ello, Fichte tratará de encontrar un primer principio que pueda justificar todo el saber. Este principio no puede surgir de la experiencia, y a pesar de todo, tiene que justificarla. La única realidad no es el yo empírico, sino un Yo Absoluto ilimitado. Es la conciencia universal que resume en sí la totalidad del ser y del que se deduce toda realidad y experiencia. La Dialéctica es el método a través del cual se desarrolla el Yo Universal:

  • ·                     La Intuición. El Yo se reconoce a sí mismo (tesis).
  • ·                     El Yo se reconoce contrapuesto a todo aquello sobre lo que no actúa (antítesis).
  • ·                     Explica la delimitación del Yo y no yo (síntesis).




El idealismo alemán, se caracteriza porque se originó a partir del nacionalismo alemán partiendo del nóumeno de Kant, que es uno de los fenómenos con mayor influencia.
Los principales autores del idealismo alemán son Kant, Fichte, Schelling y Hegel.

El idealismo, tiene en cuenta la práctica de la dialéctica que se conoce como el arte de dialogar, y también como la oposición y la lucha de elementos que posteriormente se reconcilian.

La Dialéctica


Lo primero que pretende la filosofía hegeliana es separar los dualismos kantianos:

  • ·                     Entendimiento/Razón
  • ·                     Fenómeno/Noúmeno
  • ·                     Determinación /Libertad


Este proceso dialéctico está integrado por las siguientes partes:


1. Tesis: Es la posición inicial, es la afirmación del hecho, es el principio, que sin embargo, contiene ya en sí misma su contrario.



2. Antítesis: Es la necesidad de reconocer la negación de la afirmación, ya que la realidad es siempre conflicto.



3. Síntesis: Es la superación del ser y del no-ser en una entidad superior. Es la generación de una nueva posición, unión de la tesis y antítesis.



Las etapas de conflicto y superación que sigue el yo o conciencia, componen el camino del Espíritu, tanto en mi yo particular como en el género humano, que he tenido que recorrer para identificarme como espíritu, con el fin de superar lo finito y lo infinito.

El nacionalismo alemán 
a partir de la obra de Fichte, a lo largo del siglo XIX, fue fraguando la idea de la nación alemana, idea que llegó a su máximo contenido en el movimiento nacionalista que llevó a la unificación alemana en 1871, tras la victoria de Prusia en la guerra francoprusiana. Naturalmente, dicho movimiento filosófico no es ajeno al pensamiento filosófico, y tiene sus orígenes en el movimiento del Idealismo Alemán.



IDEALISMO ALEMÁN


La corriente idealista alemana nace con Kant y culmina con Hegel. En gereral, la palabra idealismo se aplica a la doctrina filosófica que define la idea como principio del conocimiento y al mismo tiempo de la realidad: la realidad se reduce al pensamlento, a la idea.
El idealismo de Kant denominado idealismo crítico o transcendental es un idealismo relativo en cuanto que no excluye totalmente la existencia real del objeto, solamente priva de reali dad objetiva a las formas de conocimiento Kant define el idealismo trascendental como el que considera los fenómenos en su conjunto como simples representaciones.
Del idealismo kantiano surge una corriente de idealismo absoluto, representada principalmente por Fichte, Schelling y Hegel.
Con el idealismo absoluto, los objetos se reducen a pensamiento, lo que supone ya una negación total de la realidad objetiva.
Los tres idealismos postkantianos parten de una realidad suprema y absoluta, de la que se deriva apriorísticamente todo el resto. Para el idealismo voluntarista de Fichte, esta realidad es el Yo infinito, para el idealismo de la identidad de Schelling, la identidad absoluta y para el idealismo absoluto de Hegel, la idea.
A continuación expondremos la doctrina filosófica de Kant y Hegel puesto que son las figuras más representativas del idealismo alemán.
Kant

Enmanuel Kant


(1724-1804) se dedicó a la enseñanza en la Universidad y en 1770 obtuvo la cátedra de Metafísica y Lógica. Este año es decisivo para él ya que señala un tránsito del período precrítico al crítico de su pensamiento. Kant, que se había formado en el racionalismo, comienza a dudar del valor de la razón al leer a Hume y escribe un libro titulado Dissertatio en el que se plantea el problema del valor y los límites de la razón.

Más tarde este problema recibe solución en sus obras Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio.

Crítica de la razón pura.

En la Crítica de la razón pura Kant somete a crítica la razón científica, definiendo unos conceptos previos para establecer el valor y la posibilidad de la ciencia.

Esta obra se divide en tres partes:

1.      La Estética transcendental, que trata el valor del conocimiento sensible para establecer la posibilidad de la matemática como ciencia;

2.      La Analítica transcendental que aborda el valor de los conceptos del entendimiento para estudiar la posibilidad de la Física como ciencia.

3.      Dialéctica transcendental, que se ocupa del valor de las ideas de la razón para establecer la posibilidad de laMetafísica como ciencia.

Conceptos previos

Kant distingue el conocimiento a priori y el conocimiento a posteriori. El conocimiento a priori es el conocimiento puro, universal y necesario cuya validez no depende de la experiencia. El conocimiento a osteriori es el conocimiento empírico, contingente y limitado cuya validez depende de la experiencia.
Kant sostiene que el conocimiento se formula en juicios. No se puede conocer algo mientras no se esté en condiciones de juzgar, es decir, de afirmar o negar.
Los juicios se dividen en analíticos y sintéticos. Los juicios analíticos son aquellos cuyo predicado está contenido en el sujeto y, por tanto, son meramente explicativos, no añaden información. Los juicios sintéticos son aquellos cuyo predicado no está contenido en el sujeto y, por tanto, son extensivos, es decir, añaden información.
Los juicios analíticos son conocimientos a priori y los sintéticos, a posteriori. Ahora bien, la ciencia requiere juicios que sean sintéticos y a priori, es decir que sean universales y necesarios y que a la vez su predicado no esté contenido en el sujeto y añadan información. Kant analiza si los juicios sintéticos a priori son posibles y llega a la conclusión de que lo son, puesto que el conocimiento es un producto de las impresiones recibidas de fuera, que proporcio na la materia del conocimiento y de los modos que tiene el sujeto de recibir esas impresiones, que constituye la forma.
La materia concede al conocimiento validez objetiva y la forma, universalidad y necesidad. Si esto es así, la realidad en sí (noumeno) independiente del conocimiento es incognoscible, sólo se conoce la realidad transformada por las formas a priori (fenómeno).

La Estética transcencental

En esta parte, Kant demuestra que la Matemática es posible como ciencia porque está integrada por juicios sintéticos a priori, es decir posee la materia, los datos de la experiencia sensi ble que le concede validez objetiva y formas a priori de la sensibilidad (espacio y tiempo), que le confiere universalidad y necesidad.

Analítica transcendental

En esta parte demuestra que la Física también es posible como ciencia. Su validez objetiva viene dada por los datos de la experiencia sensible presentados al entendimiento por las intuiciones puras de la sensibilidad, y su universalidad y necesidad proviene de las formas a priori del entendimiento a las que Kant llama categorías.

Dialéctica transcendental

En esta parte Kant demuestra que la Metafísica no es posible como ciencia ya que posee las formas a priori de la razón, llamadas ideas (mundo, alma y Dios) pero carece de elemento material que pueda conferir a sus juicios validez objetiva.
Crítica de la razón prática
Para Kant, la razón práctica equivale a la voluntad. La Crítica de la razón práctica tiene por objeto determinar las condiciones a priori del valor moral de la conducta partiendo de la afirmación de la existencia de la ley moral, del sentimiento del deber en el hombre.

- Principios de la razón práctica



Los principios de la razón práctica señalan cómo se debe obrar. Estos principios pueden ser subjetivos, llamados también máximas y objetivos, denominados leyes morales o imperativos.
Las máximas son los principios según los cuales obra el individuo y, por tanto, sólo tienen validez para la voluntad de un sujeto. Las leyes morales, los imperativos son los principios según los cuales se debe obrar y, por tanto, tienen validez de todo ser racional.
Crítica del juicio
En esta parte, Kant justifica la existencia del mundo. El mundo existe porque ha sido creado por una suprema inteligencia y lleva en sí su huella.




Hegel




Hegel (1770-1831) fue profesor en las Universidades de Jena, Heidelberg y Berlín. Sus principales obras son: Fenomenología del Espíritu, Lógica, Enciclopedia de las ciencias filosóficas.
Hegel parte de la consideración de que el principio supremo, la realidad absoluta es la idea. La Idea es el principio, el desarrollo y el fin de todo, es el ser que constituye la esencia de todas las cosas y, a la vez, el sustrato de todo fenómeno.
La dialéctica y el método dialéctico
Para Hegel, la Idea está en perpetuo devenir, de la Idea se despliega toda la realidad tanto real como ideal. En este caso, es la dialéctica la ley que rige todo el proceso de la realidad. El des pliegue de la Idea en la realidad es un despliegue dialéctico.
La evolución a través de la cual se despliega la Idea se explica mediante el método dialéctico que consta de tres fases: tesis, antítesis y síntesis. En la tesis, la Idea se pone o se afirma; en la antítesis, la Idea, lo afirmado, original algo que se le opone y de esta forma se niega limitándose; en la síntesis se une la Idea y su limítación y se integra en la totalidad.
Las distintas partes de la Filosofía fluyen también del despliegue dialéctico de la Idea. En la tesis, la Idea existe en sí y en cuanto real corresponde a Dios que es el objeto de la Lógica. En la antítesis, la Idea existe fuera de sí, es decir la Naturaleza que es el objeto de la Filosofía de la Naturaleza. En la síntesis, la Idea se vuelve a recuperar en sí misma, es lo que corresponde con el Espíritu, objeto de la Filosofía del Espíritu.


Lógica

La Lógica es la ciencia del ser, la ontología puesto que lo real (ontos) se identifica con lo racional (logos). Para Hegel, todo lo racional es real y todo lo real es racional.
La Lógica estudia la primera fase del despliegue de la Idea, es decir, la Idea en sí, la cual se despliega como ser, como esencia, como concepto.

Filosofía de la Naturaleza

La filosofía de la Naturaleza estudia la idea fuera de sí, la Naturaleza. Esta ciencia sigue a la lógica.
El despliegue de la Idea en Naturaleza se lleva a cabo en tres etapas: mecánica, física y orgánica.
Filosofía del Espíritu
La Filosofía del Espíritu estudia la Idea que, después de ser Naturaleza vuelve a sí, haciéndose autoconsciente y constituyendo el Espíritu. El Espíritu pasa también por tres fases: en la tesis es Espíritu subjetivo que tiene el mundo como objeto; en la antítesis es Espíritu objetivo que se refleja a través de la libertad en la Moral, la Eticidad y el Derecho y en la síntesis es Espíritu absoluto que se libera del mundo que lo ha originado.

EL IDEALISMO ALEMÁN


I. INIMANUEL KANT (1724-1804)






1. Teoría del Conocimiento


Kant es el gran representante de la Ilustración alemana. Kant, en su pretensión de sintetizar el racionalismo continen­tal y el empirismo inglés rechaza lo que es común al racionalismo y al empirismo, esto es, su postura dogmática, que consiste en la confianza o fe total en la posibilidad de la razón para conocer la verdad y adopta en su lugar una postura crítica, centrada en el examen de la posibilidad que tiene la razón humana para conocer y la determinación de los límites del conocimiento.

Inicia Kant un método y sistema de pensamiento, que no sólo comprende soluciones epistemológicas, sino que también ofrece solu­ciones sobre problemas éticos y jurídicos.

Las obras de Kant más importantes son las tres Críticas: Crítica de la razón pura; Crítica de la razón práctica; y Crítica del juicio. Si bien las obras que interesan fundamentalmente para la problemática jurídica­ son, además de la Crítica de la razón práctica, la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, la Metafísica de las costumbres y la Antropología pragmática.

La doctrina de Kant se encierra, a muy grandes rasgos, en las respuestas que ofrece a estas preguntas: ¿qué podemos saber? ¿qué debemos hacer? Como respuesta a la primera pregunta expo­ne su teoría del conocimiento. La respuesta a la pregunta se encuentra en su teoría ética, donde se ubica su concepción del Derecho.

Kant expone su teoría del conocimiento, en la Crítica de la razón pura. Esta teoría de Kant , produce una verdadera revolución ya que el centro de gravedad en todo el asunto del conocer se traslada desde el objeto a conocer, al sujeto que conoce. Hasta entonces se decía que nuestro conocimiento está determinado por el objeto que cono­cemos; lo que afirma Kant es que el objeto está determinado en gran parte por nuestro conocimiento. De esta forma, la teoría del conocimiento supone una mediación entre el racionalismo (la razón como fuente del conocimiento) y el empirismo (la experiencia como fuente del conocimiento), ya que Kant distingue en el conocimiento un elemento material (las sensaciones, fruto de la experiencia) y un elemento formal (el orden que la razón introduce en las sensaciones). Por lo tanto, en el acto de conocer intervienen el objeto de conocimiento y el sujeto que conoce.

Ese elemento formal del conocer, es un elemento a priori, y está constitui­do por lo que Kant denomina formas de la sensibilidad: el espacio y el tiempo y por las formas del intelecto o categorías, la más importante de las cuales es lacausalidad.

2. El sistema moral

Kant aborda el tema de ¿qué debemos hacer? en la Crítica de la razón práctica.
El hombre es capaz claramente de obrar conforme a principios, pero lo importante es saber si existen principios a priorique guíen el obrar, que no depen­dan de la experiencia. Según Kant, para muchos filósofos, sólo existen principios materiales del obrar, todos ellos principios empíricos reducibles al principio fundamental del egoísmo o de la felicidad. Ésta es la tesis propia del eudemonismo, tendencia ética para la cual la felicidad o la utilidad se constituyen en determinantes del bien.

Contra esta forma de ver las cosas se revela Kant, considerando que todo lo que es empírico, además de ser inservible al principio de moralidad, es «altamente perjudicial a la pureza de las cos­tumbres», por lo que el principio del obrar moral «tiene que estar com­pletamente libre de todo influjo de aquellos fundamentos casuales que sólo puede brindarnos la experiencia». Y en su lugar cree que debe ins­talarse un principio formal a priori para garantizar la validez absoluta de nuestra voluntad.

La conciencia del deber es el epicentro del sistema moral kantiano. Según Kant el hombre, como ser racional que es, determina su voluntad cuando se auto obliga por mandato de la razón. Ese mandato de la razón es un imperativo, que se traduce en un deber ser. El hombre no dispone de una voluntad santa, pero, como ser racional que es, se le debe exigir una buena voluntad, y la buena voluntad viene determinada por la necesidad de obedecer la ley.

Ahora bien, los principios morales prácticos pueden ser máximas (principios de obrar válidos para un sujeto particular) yleyes (princi­pios de obrar válidos para cualquier ser racional). Según Kant, ­principios prácticos, son suposiciones que encierran una determinación universal de la voluntad. Son subjetivas o máximas cuando la condición es considerada por el sujeto como valedera sólo para la voluntad; son objetivas o leyes prácticas cuando la condición es conocida como valedera para la voluntad de todo ser racional».

Esas leyes prácticas son los imperativos. Pero no todo mandato es un imperativo moral. El consejo médico o los mandatos del tipo: «si quieres conseguir tal cosa, debes hacer tal o tal otra», no son imperativos morales. A todos estos mandatos del tipo «si quieres conseguir... tienes que hacer (o no hacer) ... », los llama Kant imperativos hipotéticos, ya que expresan la necesidad práctica de una acción como medio para con­seguir otra.

Un imperativo moral, o imperativo categórico, por el contrario, representa una acción como objetivamente necesaria por sí misma, sin referencia a ningún otro fin, simplemente, dice lo que se debe hacer.

Los imperativos hipotéticos son sus­ceptibles de clasificación en distintos grupos, en función de los distintos fines que persiguen. No podemos hacer lo mismo con los imperativos categóricos, que no hacen alusión al contenido de la acción, sino que sólo hacen referencia a la forma y al principio de donde emerge, por eso son imperativos de moralidad. El imperativo categórico viene a ser descrito por Kant como una ley universal, que subsiste enteramente a priori e independientemente de princi­pios empíricos.

En la búsqueda de una ley uni­versal en la que no intervenga como fundamento condición alguna, Kant propone ésta: obra de tal modo, que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal. El impera­tivo moral, además de categórico, tiene que ser autónomo, esta autonomía moral entraña que sólo el sujeto puede dictarse a sí mismo su propia ley moral; además, el imperativo moral es también formal, no impone contenidos, no se mandan ni prohíben com­portamientos concretos, de este modo dicho imperativo moral será universal. Así pues, la voluntad del sujeto es determinada por la razón misma y sólo entonces se trata de una voluntad libre.


3. Derecho y Estado

El concepto de libertad conecta con el conjunto de principios y técnicas que hacen posible la libertad, y aquí hace acto de presencia el Derecho. Kant va trazando diferencias y matices entre Derecho y Moral. El Derecho positivo, como orden que regula la convivencia humana, es entendido por Kant como la condición material que posibilita «el ejercicio de la libertad transcendental en el mundo sensible...». La obligatoriedad del Derecho positivo descansa, según Kant, en que es condición para el ejercicio de la libertad en el mundo sen­sible y, por tanto, es condición de moralidad.

Distinción entre Derecho y Moral.


La llamada separación kantiana entre Derecho y Moral debe ser matizada. Kant distingue, pero no separa, el Derecho de la Moral; el Derecho es objetivamente necesa­rio, ya que es una exigencia de la Moral. Ambas normatividades, Derecho y Moral, están constituidas por un conjunto de leyes que regulan la conducta del hombre como ser libre, las leyes que hacen posible la coexistencia se llaman leyes de libertad, que pueden ser leyes éticas si ellas mismas constituyen el fundamento deter­minante de las acciones y leyes jurídicas, que no tienen en cuenta el motivo que determina la voluntad del sujeto, sino sólo la conformidad exterior de la acción con la ley. Lo decisivo en Kant para distinguir Derecho y Moral es el motivo por el que son obedeci­das.

Concepto del Derecho.

Obviamente, Kant no nos va a ofrecer una defi­nición empírica del Derecho, que obtenemos por el análisis de las leyes positivas, esa es tarea del jurista. El concepto de Derecho que Kant busca, no se refiere al Derecho que es, sino al Derecho que debe ser.

Kant señala tres elementos lógicos del Derecho; el Derecho es, en primer lugar, una relación intersubjetiva, es decir, una relación externa de una persona hacia otra. En segundo lugar, es una relación entre dos arbi­trios, entendiendo por arbitrio la voluntad dirigida a un fin con la consciencia de poder conseguirlo. En tercer lugar, el Derecho es formal, no prescribe lo que se debe hacer, sino el modo en que una acción debe ser realizada.

Después de señalar los elementos lógicos del Derecho, ofrece Kant su definición: «...el Derecho es el con­junto de condiciones bajo las cuales el arbitrio de uno puede conciliarse con el arbitrio del otro según una ley universal de la libertad»; más adelante dice que la ley universal del Derecho es: «obra externamente de tal modo que el uso libre de tu arbitrio pueda coexistir con la libertad de cada uno según una ley universal».

Coactividad en el Derecho.


Si el Derecho pretende que pue­dan coexistir las libertades externas, cuando algo es obstáculo a la libertad, suprimir ese obstáculo será una exigencia de la justicia. «Si un determi­nado uso de la libertad misma es un obstáculo a la libertad según leyes universales, entonces la coacción que se le opone, (...) con­cuerda con la libertad según leyes universales; es decir, es conforme al Derecho: por consiguiente, al Derecho está unida a la vez la facultad de coaccionar a quien lo viola, según el principio de contradicción».

Derecho, libertad y Estado.



Kant no se refiere a un Derecho empírico o positivo, sino que habla de un Derecho ideal, que de acuerdo con la razón, tiene como misión coordinar las libertades de los individuos, así para Kant el Estado y el Derecho están al servicio de la libertad. El Estado es la institución que tie­ne como fin garantizar a los individuos sus esferas de libertad, por medio del Derecho. Es más, para Kant la libertad es un derecho originario, que corresponde a todo hombre en virtud de su humanidad.

Kant es parti­dario del Estado liberal cuya misión debe ser la de garante de las libertades individuales. Según el pensador, cada uno debe buscar su propia felicidad por la vía que le parezca buena, siempre que no impida a la libertad de los otros dirigirse a un fin seme­jante. La meta de la legislación debe ser, para Kant, asegurar a cada uno la posibilidad de buscar su propia felicidad por el camino que mejor le parezca, siempre que no obstaculice la libertad uni­versal conforme a la ley, y por tanto, el derecho de los demás ciudada­nos.

Por tanto, Kant considera el Estado como un instrumento que asegure a los ciudadanos su libertad, sus derechos innatos, que están coordinados por el Dere­cho. El Esta­do debe abstenerse de cuidar el bienestar positivo de los ciudadanos y sólo debe asegurar la observancia del Derecho como garantía de los dere­chos innatos.

Finalmente, para Kant, si el Derecho es un presupuesto de la libertad transcendental, lo es también de la Moral y, por lo tanto, el cumplimiento del Derecho es un deber moral.
II. J. G. FICHTE (1762-1814)

En el pensamiento de J. G. Fichte es necesario distinguir dos épocas, que ofrecen dos formas distintas de pensamiento. La primera está repre­sentada por las siguientes obras: Contribución a la rectificación de los juicios del público sobre la Revolución francesa; y Fundamentos del Derecho natural.

En la primera obra sostiene, siguiendo la tesis kantiana, que el hombre es un fin en sí mismo y que posee un valor absoluto con inde­pendencia del reconocimiento que de este valor realice el Estado. Fichte idea una representación gráfica en la que aparecen cuatro círculos concén­tricos: el exterior se refiere a la ley moral, el círculo siguiente viene representado por el Derecho natural, dentro de este círculo se encuentra el Derecho contractual, finalmente, en el interior, está el círculo del Derecho del Estado, que no puede oponerse a los otros esquemas normativos.

En la segunda obra, Fichte afirma que las normas jurídicas tienen como finalidad garantizar a todos los hombres el derecho originario a la libertad indivi­dual y otros derechos que son anteriores al Estado. Sin embargo, ya apunta en esta obra el carácter abstracto del Derecho natural y de los derechos innatos. Opina que si los hombres se comportan en la sociedad, entre sí apoyados en la buena fe, lo que rige es la Moralidad; pero si las normas de comportamiento están garantizadas por la coacción, eso es Derecho positivo y no Derecho natural.

En obras posteriores como El Estado comercial cerrado y, sobre todo, en los Discursos a la nación alemana, se produce un punto de inflexión en el pensamiento de Fichte. En el primer libro Fichte concibe el Estado no como un ámbito de coexistencia de las libertades, ni como protector de los derechos individuales, sino como un Estado al que los individuos trasladan todos los valores, y que por tanto «da a cada uno lo suyo», que no es otra cosa que lo que le asigna el Estado. El Estado organiza y distribuye el trabajo, regula el comercio, etc. Concibe, pues, el Estado como un ideal, perfecto, utópico, que se desarrolla en completa autarquía, cerrado a todo comercio exterior.

En los Discursos a la nación alemana profundiza Fichte las ideas ya reflejadas en su obra anterior. Fichte destacó dos ideas: primera, la comunidad humana, no es algo que el individuo modele a su arbitrio, sino que per­tenece a la esencia humana; y segunda, que a través, de esa comunidad se supera la separación entre el ser y el deber ser. En esta forma de pensar el individuo queda subordinado al Estado.

III. F. W. J. SCHELLING (1775-1854)






F. W. J. Schelling también partió del pensamiento kantiano y en su pensamiento se aprecia un evolución similar a la operada en Fichte. Schelling, afirma la ilimitada libertad del hombre; el hombre es un fin en sí mismo y portador de unos derechos originarios; es misión del Derecho posibilitar la práctica convivencia de esas libertades de los hombres.

La ruptura con el pensamiento individualista se realiza en una segunda fase. La libertad no pertenece a los individuos singulares, sino a lo Absoluto en su universalidad. El individuo está, por lo tanto, subordinado al todo. Schelling realiza la aplicación de esta teoría al mundo del Derecho en Lecciones de los estudios universitarios. En la historia van apareciendo distintas instituciones que en el curso de su desarrollo culminan en el Estado, en esta consideración del Estado como «organismo absoluto», la libertad sólo pertenece a lo Absoluto, los individuos tienen valor en cuanto se encuentran dentro del orden que se realiza en el Estado; es decir, Schelling formula la idea del Estado ético, que anula al individuo como sujeto moral.

IV. G. W. F. HEGEL (1770-1831)






G. W. F. Hegel tiene una extraordinaria importancia en la historia de la filosofía en general y del pensamiento jurídico en particular. De su su sistema y de su método, son tributarios pensamientos tan dispares como el existencialismo y el marxismo.

 La Dialéctica

En Hegel hay que distinguir el método y el sistema, ya que las corrientes del pensamiento que han derivado de Hegel se han centrado unas en el método(izquierda hegeliana, marxismo), y otras en el sistema (derecha hegeliana).

Hegel es el autor en el que se da una mayor identificación entre su filosofía jurídica y su filosofía general. En Hegel, la filosofía del Derecho es parte fundamental de su sistema de filosofía.
Según Hegel, lo que se pretende con la dialéctica, lejos de cualquier formalismo, es describir las leyes del desarrollo de la realidad y del pensamiento, para ver así el desarrollo del Espíritu Universal a través de la historia. Lo que sí existe en el método hegeliano es una forma distinta de ver las cosas. Antes, la realidad se consideraba como algo estático, que había que descubrir de una vez por todas, por eso en la lógica tradicional se habla del principio de no contradicción. Según Hegel, esto no sirve para comprender la realidad, que no es estática, sino evolución, vida, historia y, por lo tanto, contradicción.

Hegel no explicó nunca expresamente en que consistía su método, simplemente lo aplicó.

Hegel no defendió la dialéctica como método formal universal, sino que entiende que la dialéctica es un momento necesario del pensamiento. En la lógica hegeliana existen categorías dialécticas: «negación», «contradicción», que desempeñan un papel muy concreto en el pensamiento y que constituyen un momento esencial y necesario en el pensamiento racional. Por eso se puede afirmar que la dialéctica significa sucesión o movimiento del pensamiento, donde el último paso sirve para un nuevo paso, y así sucesivamente.

2. Derecho, Moralidad y Eticidad
En el sistema hegeliano toda la filosofía se condensa en tres grandes partes: la Lógica, la Filosofía de la Naturaleza, y la Filosofía del Espíritu. La Filosofía del Espíritu comprende a su vez tres momentos: el Espíritu subjetivo, el Espíritu objetivo y el Espíritu absoluto. El Espíritu, según Hegel, tiene un desarrollo gradual. En el primer momento de este desarrollo, el Espíritu subjetivo, a través de la razón, culmina el proceso como conciencia individual. En el siguiente momento de desarrollo, tenemos el Espíritu objetivo cuando se pasa a la vida social, aquí se hallan el Derecho y el Estado.

Hegel desarrolla los momentos que integran este Espíritu objetivo en su obra Principios de la filosofía del Derecho, estos momentos son Derecho, Moralidad y Eticidad.

Derecho.


El primer momento en el camino hacia la libertad es el Derecho, entendido como conjunto de leyes. Pero, estas leyes contemplan a los hombres de manera abstracta, sin fijarse en su individualidad, como si fueran números iguales. Es, pues, un Derecho abstracto o formal. El Derecho, en este momento, se refiere a los derechos y deberes de los individuos singulares, con independencia de que pertenezcan a una sociedad organizada.

La libertad de la persona se afirma a través de la propiedad, «esfera exterior de la libertad de la persona». La primera manifestación de la propiedad la vemos en la posesión o apropiación de la cosa. Ahora bien, en cuanto la propiedad tiene como fundamento la libertad de la persona (relación de la voluntad del hombre con las cosas), el destino de la propiedad es el uso o eliminación de la cosa que haga la persona; ésta sería la segunda manifestación de la propiedad. Y la tercera manifestación de la propiedad, consiste en la enajenación.

Cuando se enajena la propiedad, se manifiesta la libertad pero no como una relación de la voluntad del hombre con las cosas, sino como una relación de las voluntades de las persona que contratan, entonces aparece una nueva manifestación del Derecho: el contrato. Como en el contrato se relacionan unas voluntades con otras, los intervinientes «se reconocen mutuamente como personas».

De este modo, progresivamente se va afianzando la libertad, primero en la propiedad; en segundo lugar, desde la propiedad se pasa al contrato, en el que una voluntad reconoce a otras voluntades; pero si la voluntad individual, que en la propiedad y el contrato ha estado de acuerdo con la voluntad universal, se manifiesta contra esa voluntad universal porque invade la esfera de libertad de los demás, aparece la infracción jurídica que puede revestir estas tres formas: ilícito civil, fraude o delito.

El delito debe entenderse como la negación de la realización del Derecho; por eso la pena, debe entenderse como una «eliminación del delito», esto es, como el «restablecimiento del Derecho». De acuerdo con estas ideas, la pena no tiene como fin la prevención, ni la corrección o enmienda del delincuente, sino la anulación del delito. De tal forma que la pena es «un derecho del delincuente», ya que se le reconoce como ser racional, y su acción se ve sometida a una ley general.
Moralidad.
La Moralidad constituye el segundo momento del Espíritu objetivo. En esta parte de su obra, Hegel se centra en el análisis de la subjetividad, de las intenciones, de la buena conciencia, los conflictos entre la voluntad individual y la voluntad universal.

La subjetividad moral es vacía y para adquirir contenido debe realizarse en la comunidad; la moral subjetiva no es real hasta que se exterioriza. A través de esta exteriorización el sujeto moral se integra en el mundo social y en la moralidad objetiva. Este tránsito del yo al nosotros nos introduce en el momento de la Eticidad.

Eticidad.


La Eticidad o moralidad objetiva es la síntesis de los momentos anteriores. El Estado es la meta que va integrando socialmente al individuo.

La primera relación de comunidad se encuentra en la familia, que es la comunidad natural, es el modo más elemental de superar los dos momentos anteriores. La familia es un organismo social, aunque apoyado en vínculos naturales de sangre. La función que cumple la familia es formar al individuo para lo universal.

La sociedad civil es el segundo momento de la Eticidad y constituye un organismo ético superior a la familia, puesto que las relaciones entre los individuos se desarrollan en un nivel más alto de generalidad. Esta integración de los individuos en una unidad superior se realiza también en tres niveles. En un primer momento aparece el sistema de necesidades, que se concreta en el modo de trabajo, se describen la estructura económica de la sociedad burguesa y priman los fines egoístas.

La integración de los individuos se eleva un grado más, a través de la administración de justicia; parte en la que Hegel examina un sistema de instituciones jurídicas relativas a la administración de justicia.

La familia y la sociedad civil son superados para pasar al Estado. El Estado, núcleo de la unidad y guardián de esa unidad, realiza la verdadera Eticidad, y supone el paso del yo al nosotros. Así el individuo adquiere la verdadera libertad, puesto que reconoce la voluntad universal y es también reconocido por todos como individuo libre. El Estado, en las relaciones externas, no está sometido a ningún otro poder, Derecho político externo, pero sí tiene fines éticos que cumplir, y aquí enlaza con la historia universal.

En definitiva, Hegel realiza una exacta descripción del mundo liberal y de la economía del laisez faire, ve en el antagonismo social un factor de progreso y un factor de destrucción, así pues, para superar los peligros de la sociedad civil, la Razón se objetiva a través de determinadas mediaciones institucionales.

De esta forma el Estado, logra reconciliar el antagonismo destructivo de la sociedad civil, a través del Derecho. Pero en la portentosa operación de Hegel, la Constitución, el poder legislativo..., los medios técnicos jurídicos se deducen desde la Idea-Razón, que cristalizan en la objetivación paulatina del Estado.

Aunque Hegel definió el Estado como «el paso de Dios por el mundo», para Hegel hay algo de más valor corno el arte, la religión y la filosofía, que ya nos introduzcan en el Espíritu absoluto.
Epistemología: Doctrina de los fundamentos y métodos de los conocimientos científicos.





FILOSOFÍA DE LA HISTORIA





El término “filosofía de la historia” parece haber sido utilizado por vez primera, de modo deliberado y sistemático, por Voltaire, en diversos estudios y ensayos.
 En todo caso, Voltaire dió a la expresión su sentido moderno, distinto de la interpretación estrictamente teológica de la historia. Su filosofía consistía en considerar la historia desde la perspectiva de la razón, con base a una actitud crítica y escéptica en relación a los dogmas establecidos. Su intención era explicar el “espíritu de los tiempos y de las naciones”, y el progreso de la civilización en sus diversos aspectos, con un criterio “científico”.
Su contemporáneo David Hume, en sus reflexiones sobre la historia, concluyó por su parte que no es posible desentrañar el significado último de los procesos históricos y revelar su “plan”, contentándose con poner de manifiesto el espectáculo de los eventos, sin pretender que los mismos responden a una determinada idea o propósito.




A diferencia de estos pensadores, los idealistas alemanes de los siglos XVIII y XIX, muy en particular Kant y Hegel, dieron forma a un tipo de reflexión sobre la historia que penetra una dimensión más amplia, y que “quiere significar una interpretación sistemática de la Historia Universal, de acuerdo con un principio según el cual los acontecimientos históricos se unifican en su sucesión y se dirigen hacia un significado fundamental”.
Se trata de un tipo de reflexión especulativa, que se distingue de la denominada “filosofía crítica” o “analítica” de la historia. En este segundo caso, nos referimos a una investigación sobre la naturaleza del pensamiento histórico, el carácter de la disciplina intelectual llamada “historia”, el análisis de los procedimientos del historiador y la comparación de éstos con los que se siguen en otras disciplinas, así como al estudio de las categorías empleadas en los juicios y explicaciones históricas y de los modos de argumentación que sustentan sus conclusiones.5
La filosofía especulativa de la historia, como ya se sugirió, persigue una finalidad más ambiciosa, e intenta proporcionar una interpretación global del proceso histórico en su totalidad, o como mínimo, como plantea Maritain, caracterizarla, interpretarla o descifrarla en cierta medida y en cuanto a ciertos aspectos generales: “hasta el grado que logramos descubrir en ella significados o fines inteligibles, y leyes que iluminan acontecimientos, sin necesitarlos.”
Según Jurgen Habermas, la pretensión de conocimiento de la filosofía de la historia, en su sentido especulativo, es “delirante”.


Semejante aseveración me parece exagerada e incorrecta, en cuanto que Habermas, a mi modo de ver, pretende reducir a límites demasiado estrechos la noción de “conocimiento”. Es cierto que la filosofía de la historia, tal y como se presenta en manos de autores como Kant, Hegel, Niebuhr, Voegelin, y otros que acá discutiremos, expresa un saber que no se ajusta a los cánones empírico-analíticos comunes en las ciencias naturales y sociales. Ello no implica, sin embargo, que la filosofía de la historia (en adelante, con esta frase me referiré exclusivamente a su versión especulativa) sea una disciplina deleznable. Por el contrario, como intentaré mostrar en estas páginas, a pesar de sus obvias debilidades —vistas desde una perspectiva rigurosamente científica—, la filosofía de la historia patentiza una profunda necesidad humana, que seguirá recurrentemente poniéndose de manifiesto de distintas maneras, y a través de la reflexión de diversos autores.


Esto es así debido a que encarna un hondo motivo religioso, que puede o no expresarse en términos seculares, y que tiene que ver con la aspiración de conocer el sentido de nuestra efímera existencia terrenal, así como, en ciertos casos, con un deseo no siempre plenamente articulado de salvación personal.
En palabras de Jaspers, “Si queremos comprender la historia como un todo es para comprendernos a nosotros mismos”.
El saber que representa la filosofía de la historia, y las incógnitas que intenta descifrar, se arraigan profundamente en nuestra condición humana y ejercen una perenne fascinación sobre nuestro espíritu, que encuentra normalmente muy difícil admitir que el curso de la historia pueda ser caótico e irracional, y se empeña en sentir que hay “algo moralmente afrentoso en la idea de que la historia no tiene en sí consonancia ni razón que impulse a los hombres a buscar una norma en la cadena de los acontecimientos históricos”


Sin esa “razón”, dice Maritain, nos aguarda la desesperación, al no ser capaces de “descifrar algún significado transhistórico en el abrumador avance del tiempo hacia la noche de lo desconocido, atestada perennemente de nuevos peligros”.Jaspers lo expresa con particular acierto:


“La historia del mundo puede verse como un caos de sucesos fortuitos...como si avanzase siempre de una confusión a otra, de una desdicha a otra, con cortos claros de dicha, islas que quedan un momento perdonadas por la corriente hasta que también son anegadas: en suma...la historia universal es como una calle que el diablo ha pavimentado con valores destruidos...Vista así, la historia no tiene unidad ni, por tanto, estructura ni sentido más que en las innumerables e inabarcables series causales tales como se presentan en el acontecer natural, solo que en la historia son mucho más inexactas...Pero la filosofía de la historia significa buscar la unidad, la estructura, el sentido de la historia universal —y a esto solo puede interesar la humanidad en conjunto”.


Eliade plantea el problema en estos términos: cómo puede soportar el hombre la historia, es decir, su insondable misterio? Y su respuesta es que un modo de enfrentarla consiste en procurar hallar en la misma un sentido.
Ciertamente, repito, el tipo de saber que proporciona la filosofía de la historia tiene una singularidad que le coloca en un plano muy especial, pero precisamente allí reside su interés: Por un lado, en el motivo religioso que le subyace, que intenta comprender el significado de la historia como el del sufrimiento y la angustia originados por el acontecer histórico en el frágil destino de los individuos; por otro, en el esfuerzo de notables pensadores —entre ellos Kant, Hegel, Dilthey, y Heidegger, por ejemplo— para distanciarse de ese motivo religioso, o secularizarle parcialmente, y sin embargo formular un recuento coherente e inteligible del curso histórico que a su vez le otorgue un sentido transhistórico. Otros autores, como Maritain y Voegelin, asumen plenamente ese motivo religioso y a la vez intentan ubicarle de modo equilibrado dentro del complejo marco de la existencia humana.

En lo que sigue procuraré, en primer lugar, dar cuenta de ese motivo religioso presente en la filosofía de la historia, a veces de manera implícita o recubierto de un ropaje “racional”; para ello comentaré brevemente la obra de Lowith y su radical convicción acerca de la influencia de la visión cristiana del mundo en la definición del pensamiento filosófico-histórico, hasta nuestros días.


En segundo lugar, discutiré los proyectos intelectuales de Kant y Hegel en el terreno de la reflexión sobre la historia, a objeto de mostrar su sustrato y su trama. En tercer lugar, daré cuenta de la filosofía de la historia en Dilthey y Heidegger, en particular este último, como ejemplos relevantes de una constante propensión a hallarle un sentido orgánico y/o trascendente al curso de los eventos, a pesar de su aparente caos e irracionalidad. Veremos, en el caso específico de Heidegger, de qué modo la historia de la humanidad acaba por transformarse en la historia del ser, que se “revela”. Por último, en las obras de Maritain, Niebuhr y Voegelin, todos ellos pensadores inequívocamente 
religiosos, exploraré las pistas de lo que Maritain califica como “una filosofía de la historia genuina”, que, a su manera de ver, tiene que responder a una visión religiosa del mundo y de la existencia humana en el mismo, visión que —como diría Walter Benjamin— está indisolublemente ligada a una imagen de redención.



Dilthey ha explicado con suma claridad la relación entre cristianismo y conciencia histórica: “Mientras el cristianismo luchaba por el triunfo, en la lucha entre las religiones se formuló definitivamente el dogma de que Dios, frente a todas las revelaciones parciales que reclamaban los judíos y paganos, ha entrado en la revelación con su esencia, plenamente y sin resto, por medio de Cristo.



Por consiguiente, todas las revelaciones anteriores se subordinaron como etapas previas. De este modo, la esencia de Dios, en oposición a su concepción en concepto de sustancia, cerrado en sí mismo, de la Antiguedad, fue aprehendida en una vida histórica. Y así surgió ahora por vez primera, tomando el vocablo en su más alto sentido, la conciencia histórica.”


Los pueblos arcaicos, antes del surgimiento de las civilizaciones griega y romana, pretendían abolir el tiempo y huir de la historia a través de la imitación de arquetipos y de la repetición de gestos paradigmáticos. En contraste, el interés por la irreversibilidad y la “novedad” de la historia constituye un descubrimiento reciente de la humanidad, un descubrimiento de honda raigambre judeo-cristiana15, que difiere radicalmente del reiterado esfuerzo de nuestros lejanos antepasados por defenderse ante la historia, su misterio y peligros, y frente a todo lo que la historia imponía como nuevo e irreversible.


Los griegos y romanos, en particular los primeros, se impresionaron por el orden y la belleza patentes en el mundo, pero no pretendieron darle un sentido.



En su universo intelectual, dominado por el esfuerzo de desentrañar la racionalidad del cosmos, no había lugar para la significación escatológica de un único e incompatible evento histórico. En lo que tiene que ver con el destino de la especie humana y de los individuos que la integran, los griegos concedieron a cada cual la posibilidad de enfrentar con serenidad de espíritu su condición terrena, sin concederse un camino de salvación. Su interés principal era el logos del cosmos y no el Dios supremo, ni tampoco el sentido último de la historia:


“Para los pensadores griegos, una filosofía de la Historia resultaría un contrasentido. La Historia fue, para ellos, una historia política, y, como tal, materia de estudio para estadistas e historiadores...Para los judíos y cristianos, por el contrario, la Historia fue primordialmente una historia de salvación, y en cuanto tal, de interés propio para profetas, predicadores y maestros. La existencia misma de la filosofía de la Historia, y la búsqueda de su significado, es debida a la historia de la salvación; se originó de una fe en un fin último...(la Historia) adquiere únicamente sentido cuando implica algún fin trascendente, más allá de los hechos reales”.



Esta idea del pasado y del presente como una preparación para el futuro, choca con la concepción greco-romana según la cual, sucediera lo que sucediera, el porvenir tendría los mismos rasgos y características que los acontecimientos contemporáneos y que los ya pasados. Las posibilidades que el futuro encerraba, y la preocupación por el significado final de los hechos narrados no son, para Herodoto, Tucídides y Polibio, objeto de interés científico. En contraste, el punto de vista cristiano se fija en el futuro como horizonte temporal de un sentido y meta definitivos, y de hecho, “todos los intentos modernos de trazar la Historia como progreso lleno de significado, aunque indefinido, hacia una consumación, dependen de ese pensamiento teológico”.Para San Agustín, por ejemplo, el argumento decisivo contra la concepción pagana (clásica) de un tiempo cíclico y recurrente es de naturaleza moral: una doctrina semejante equivale a una eterna desesperanza, porque la esperanza y la fe tienen que ver esencialmente con el futuro, y éste no puede existir si lo pasado y lo venidero no son sino fases semejantes de un ciclo, sin comienzo ni fin. Ahora bien: “Nosotros, los hombres del presente, interesados en la unidad de la Historia Universal, de su progreso hacia un fin último, o, por lo menos, hacia un mundo mejor, nos encontramos todavía en la línea del monoteísmo profético y mesiánico; somos todavía judíos y cristianos, no obstante lo poco que podamos pensar de nosotros mismos en tales términos; pero al lado de esta tradición predominante somos también los herederos de la sabiduría clásica. Estamos en la línea del politeísmo clásico cuando nos interesamos en la pluralidad de las diversas culturas y exploramos con curiosidad ilimitada la totalidad del mundo natural e histórico, guiados solamente por un conocimiento desinteresado, sin preocupación alguna en la redención”.




La filosofía de la historia en la época moderna, que alcanza momentos culminantes en la obra de los idealistas alemanes de los siglos XVIII y XIX, es un continuo intento por reconciliar la fe y la razón. Aun en los casos en que la fe cristiana queda explícita o implícitamente descartada, y que incluyen en tiempos más recientes a Jaspers y Heidegger, se mantienen antecedentes y consecuencias lógicas centradas en la concepción del pasado como preparación del futuro, en la visión del tiempo como una progresión lineal, y del porvenir como consumación y redención. De esa manera la historia cristiana de la salvación se transforma en la teología impersonal de una evolución progresiva, dentro de la cual cada etapa presente constituye la concreción de preparaciones pasadas y abre el terreno para etapas futuras.22 Esta ambigua situación, que intenta superar la “muerte de Dios” reconstruyendo la escatología cristiana en una historia secularizada, tiene sus raíces en nuestra indigencia y vulnerabiliad ante el misterio de nuestro destino. El hombre moderno, que a diferencia de los antiguos se halla desarraigado de los mitos, “no puede defenderse ante ese terror más que a través de la idea de Dios...(y de la) certidumbre de que las tragedias históricas tienen una significación transhistórica, aun si la misma no es siempre transparente para la actual condición humana”.Por ello, el objetivo de establecer un plan significativo de la historia por medio exclusivo de la razón, tropieza con importantes dificultades. Ese propósito ha posibilitado grandes hazañas del pensamiento, plasmadas por ejemplo en las obras de un Kant y un Hegel, pero ha desembocado igualmente en el callejón sin salida de una historia que se niega a reducirse a “un problema a ser resuelto” y se oculta repetidamente como un “misterio a ser contemplado”.

Dentro del marco de este estudio, la importancia de la filosofía kantiana de la historia reside en la manera clara y precisa con que el filósofo de Konigsberg aborda los tres temas claves de la reflexión secularizada sobre el sentido de la trama histórica. Primeramente, el planteamiento según el cual la consideración filosófica de la historia responde al imperativo moral de hallar un significado al aparente caos de los eventos, al sufrimiento y las penalidades padecidos por nuestra especie en su recorrido a través de los siglos. En segundo lugar, la búsqueda de un argumento que, sin recurrir directamente a la voluntad divina, permita sin embargo conceder una direccionalidad coherente al proceso histórico, mediante la acción de un mecanismo o artificio que a su vez la explique. En Kant, ese “artificio” es la llamada “sociabilidad asocial”; en Hegel, la “astucia de la razón”. Por último, el contenido mismo de ese sentido de la historia es, para Kant, el avance de la civilidad y la ilustración, que no equivalen necesariamente al progreso moral de la humanidad en sentido estricto, y eventualmente la moralización de la sociedad; en Hegel, el fin de la historia



Un ilustrativo esfuerzo de las dificultades para reconciliar la lógica de la escatología cristiana con la visión secular moderna de los histórico, se patentiza en la obra de Jaspers, ya citada, en la que la revelación divina se convierte en “la revelación progresiva del Ser”, de un “Uno, que, en verdad, no posee ni conoce, pero que le guía sin ser notado o en ciertos momentos le arrebata con un entusiasmo subyugador”. En un párrafo del libro, Jaspers expresa que “el descubrimiento del Ser en su profundidad” equivale a la “revelación de la divinidad”. Esto le diferencia, como veremos, de Heidegger, quien se emplea a fondo para asegurar que su noción del “Ser”, su historia y su revelación, se distinga del concepto de “divinidad”. Véase consiste en el desarrollo de la libertad, que es “idéntica a la razón moral del hombre”.



La obra de Kant pone de manifiesto de manera inequívoca el trasfondo moral de la reflexión filosófica sobre la historia. Con Kant, dice Walsh, “la filosofía de la historia fue un apéndice de la filosofía moral”, y cabe sostener que un pensador con sus peculiaridades “no habría tratado en absoluto la historia si no fuera por las cuestiones morales que parecía plantear”.26 Según Kant, al contemplar el “confuso juego de las cosas humanas”, su “absurdo decurso”, el hombre reflexivo, “...siente una desazón (desconocida para el que no lo es) que puede dar lugar a la desmoralización. Se trata del descontento con la Providencia que rige la marcha del mundo en su conjunto, cuando se pone a calcular los males que aflijen al género humano con tanta frecuencia y —a lo que parece— sin esperanza de una mejora. Sin embargo, es de suma importancia el estar satisfecho con la Providencia (aunque nos haya trazado un camino tan penoso sobre la tierra), en parte para cobrar ánimo en medio de tantas penalidades y, de otro lado, para evitar la tentación de responzabilizar por completo al destino, no perdiendo de vista nuestra propia culpa, que acaso sea la única causa de todos estos males...”




En otro lugar, Kant se refiere a la creencia de que existe una Providencia divina, y un sentido de la existencia humana histórica, como un “seguro contra la seguramente influída por éste, puede hallarse en la obra de su distinguido contemporáneo Wilhelm von Humboldt, en sus Escritos de filosofía de la historia (Madrid: Tecnos, 1997). Humboldt también está convencido de que la historia tiene una “idea directriz” y un “nexo interior”.locura”.Hay un evidente interés por parte de Kant en descubrir un hilo conductor, de racionalidad lógica y moral, bajo el curso aparentemente caótico y absurdo de una evolución de la especie tan llena de males y vicios, que le obliga a apartar sus ojos horrorizados “para no cargarse con un vicio más, a saber: el del odio a la Humanidad”.30 El hecho de que los hombres esperan, en general, un fin del mundo “parece residir en que la razón les dice que la duración del mundo tiene un valor mientras tanto los seres racionales se conforman al fin último de su existencia, pero que si éste no se habría de alcanzar la creación les aparece como sin finalidad, como una farsa sin desenlace y sin intención alguna”. Weil enfatiza un elemento adicional: la necesidad de la esperanza, como acicate para la existencia terrena:



 “Al igual que la naturaleza no se vuelve comprensible sin el auxilio de la finalidad, la existencia de la humanidad no cobra sentido sin la referencia de su fin natural, y todas sus dudas relativas al valor empírico de la humanidad, en tanto que nunca se transformarán en una certidumbre científica, no autorizan al individuo a negar la realidad, moralmente necesaria, de un progreso, no sólo material e intelectual (pues tal progreso es observable), sino moral; sin esta convicción, el ser finito, cayendo en la desesperación, cesaría de trabajar en pro del reino de los fines. La fe en un sentido de la historia, en el progreso moral, es un deber”.


La sociedad, dice Kant, es “como una caja de Pandora. De ella surge el despliegue de todos los talentos y al mismo tiempo de todas las inclinaciones; pero en el fondo subyace la esperanza”.33 La esperanza funciona como una especie de herramienta con la cual el filósofo de la historia moldea la estructura de su reflexión. Esa filosofía, de un lado, procura contemplar el curso de la libertad humana en bloque, “de tal modo que cuanto se presenta como enmarañado e irregular ante los ojos de los sujetos individuales pudiera ser interpretado a nivel de la especie como una evolución progresiva y continua, aunque lenta, de sus disposiciones originales”. De otro lado, el mecanismo mediante el cual esa marcha progresiva se genera es formalmente semejante al de la mano invisible de Adam Smith: “El medio del que se sirve la Naturaleza para llevar a cabo el desarrollo de todas sus disposiciones es el antagonismo de las mismas dentro de la sociedad...”. Por “antagonismo” Kant entiende “...la insociable sociabilidad de los hombres, esto es, el que su inclinación a vivir en sociedad sea inseparable de una hostilidad que amenaza constantemente con disolver esa sociedad...El hombre tiene una tendencia a socializarce, porque en tal estado siente más su condición de hombre al experimentar el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene una fuerte inclinación a individualizarce (aislarse), porque encuentra simultáneamente en sí mismo la insociable cualidad de doblegar todo a su mero capricho y, como se sabe propenso a oponerse a los demás, espera hallar esa misma resistencia por doquier”.


De esta paradójica situación, no obstante, la “gran artista de la Naturaleza” genera una finalidad: “que a través del antagonismo de los hombres surja la armonía, incluso contra su voluntad”. Conviene precisar que cuando Kant, repetidamente, habla de “la suprema intención de la Naturaleza”, de los “designios” de la Naturaleza y su “tarea más alta”, así como de su “plan oculto”, no quiere afirmar que existe una especie de mente real llamada Naturaleza que elabora conscientemente un plan que ha de cumplirse en la historia, sino que la historia procede como si existiera tal mente, del mismo modo que el hombre de ciencia habla de descubrir leyes de la naturaleza, para indicar que los fenómenos muestran una regularidad y un orden que deben ser descritos con una metáfora de ese tipo. Kant está persuadido de que ese plan de la Naturaleza no es otra cosa que una “justificación de la Providencia”, y de hecho acaba cediendo el papel rector del proceso histórico a la Providencia “que rige la marcha del mundo”. La finalidad que persigue ese “gran teatro” y “agregado rapsódico” de las acciones, conflictos, pasiones y pequeñeces humanas, consiste en “llevar a cabo una constitución interior y...exteriormente perfecta, como el único estado en el que puede (la Naturaleza) desarrollar plenamente todas sus disposiciones en la humanidad”.


Así avanza la lógica de la historia, a través de la sociabilidad asocial y en el terreno de las acciones externas de los hombres (sin que ello necesariamente implique su motivación moral), y de las estructuras legales que imperan en la sociedad. Este es un proceso civilizatorio, pero que no debe ser confundido con el progreso moral de las personas, ya que:  “Estamos civilizados hasta la exageración en lo que atañe a todo tipo de cortesía social y a los buenos modales. Pero para considerarnos moralizados queda todavía mucho. Pues si bien la idea de la moralidad forma parte de la cultura, sin embargo, la aplicación de tal idea, al restringirse a las costumbres de la honestidad y de los buenos modales externos, no deja de ser mera civilización.“


Para moralizarnos se requiere “una vasta transformación interna de cada comunidad en orden a la formación de sus ciudadanos”. Esto, insiste Kant, es distinto a los limitados —aunque importantes— efectos del mecanismo de la naturaleza: este último puede lograr “sólo una buena organización del Estado” mediante la orientación de las acciones de los hombres, “de manera que unas contengan los efectos destructores de las otras o los eliminen”. Se trata, por tanto, de un problema —el de la organización del Estado— que “tiene solución, incluso para un pueblo de demonios” (moralmente hablando), ya que los individuos podrían, en teoría, llegar a ser buenos ciudadanos a pesar de que no necesariamente fuesen buenos desde el punto de vista moral.46 Ahora bien, esta meta legal y civilizatoria no era suficiente para Kant, pues el hombre, desde su perspectiva, es esencialmente un ser moral y solo en el terreno de la ética puede encontrar su suprema realización, pues “todo bien que no esté injertado en un sentimiento moralmente bueno no es más que pura apariencia y deslumbrante miseria”. De allí que la filosofía de la historia kantiana se ocupe de construír, paralelamente al progreso en la dimensión legal y civilizatoria, una marcha progresiva en la dirección de lo moral. En cuanto a lo primero, es decir, el avance civilizatorio, corresponde a la sociabilidad asocial actuar como instrumento motorizador del proceso; el progreso moral, por otra parte, resulta, de acuerdo a Kant, de la ilustración, que no es otra cosa que “la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro”. De allí su admonición: “Ten el valor de servirte de tu propia razón!”


La idea de ilustración es usada por Kant en tres sentidos. En primer término, desde una perspectiva hermeneutica, Kant usa el concepto como un modelo de interpretación, como una especie de paradigma que le sirve para enjuiciar a los hombres y las sociedades. La ilustración es la meta a que debe aspirar tanto el individuo como la especie humana, y en tal sentido es la imagen modelo de la perfección que se busca y que nos permite valorar hombres y sociedades. En segundo lugar, la ilustración es un acto moral que tiene que ver con la autonomía de los individuos a la hora de obrar.

En tercer lugar, la idea de ilustración tiene un contenido histórico en cuanto se refiere a un momento determinado de la historia, el momento en el cual vivió el propio Kant, y que es interpretado por el filósofo desde el paradigma del progreso. Al respecto, dice Kant que: “Si ahora nos preguntamos, es que vivimos en una época ilustrada?
La respuesta será: no, pero sí en una época de ilustración”, para la que el ser humano “no requiere más que una cosa, libertad...de hacer uso público de su razón íntegramente”. Los tres sentidos del concepto de ilustración kantiano se sustentan en un basamento común: la razón humana, entendida como disposición (de racionalidad) que debe ser realizada por el hombre en la historia.

Así, el progreso histórico no es exclusivamente resultado del “plan oculto de la naturaleza” (la sociabilidad asocial), sino también de los esfuerzos del individuo como agente moral y transformador de la sociedad, una vez que éste se eleva a la dignidad de su autonomía a través de la ilustración como pensar libre: “Porque ocurre que cuando la Naturaleza ha logrado desarrollar, bajo esta dura cáscara, esa semilla que cuida con máxima ternura, a saber, la inclinación y oficio del libre pensar del hombre, el hecho repercute poco a poco en el sentir del pueblo (con lo cual éste se va haciendo cada vez más capaz de la libertad de obrar) y hasta en los principios del Gobierno, que encuentra ya compatible dar al hombre, que es algo más que una máquina, un trato digno de él”.

De modo pues, que en la filosofía kantiana de la historia, se manifiesta una relación temporal entre los progresos legal (civilizatorio) y moral de la especie. Primeramente la humanidad progresa en el plano cultural, movida por la sociabilidad asocial, a espaldas de los individuos y merced al “plan oculto de la Naturaleza”. Este progreso legal, por su parte, prepara las condiciones para que los individuos se hagan más ilustrados y comiencen gradualmente a hacer su propia historia con libertad y autonomía, moralmente. Si bien es cierto que en algunos textos Kant llega a afirmar que hasta un pueblo compuesto por “demonios” morales podría ser, a la vez, un pueblo de “buenos ciudadanos” (en un limitado sentido legal), la línea dominante de la reflexión kantiana indica que no es posible llegar a la creación de una legalidad perfecta en la práctica, si la misma no está sustentada en la moralidad de los individuos actuando en sociedad.



En síntesis, lo que Kant intenta mostrar es que la sociedad humana es moralizable, a pesar de las poco alentadoras lecciones de la experiencia, y que es precisamente la demostración de esa posibilidad lo que fortalece en los individuos la obligación ética de contribuir libre y autónomamente a hacer más moral la sociedad. El plan de la Naturaleza, la sociabilidad asocial del hombre, no basta “para vaticinar (teóricamente) el futuro, pero, en sentido práctico, sí es suficiente y convierte en un deber el trabajar con miras a este fin (en absoluto quimérico)”.El progreso histórico es, entonces, planteado por Kant como un rumbo hacia un mundo moral, que tiene sus bases en la sociedad civil y las leyes que los hombres establecen. Un segundo paso vendría dado por la armonía cosmopolita de todos los Estados, tema que Kant elabora en su opúsculo, ya varias veces citado, en torno a La paz perpetua. Finalmente, ya alcanzados el respeto a la ley en el plano jurídico y la paz en lo político, la marcha de la historia culminaría en la constitución de una comunidad ética según los principios de la virtud. Una tal comunidad ética es “el ideal utópico supremo de la razón como generadora de un mundo moral”, es decir, en resumen, el fin kantiano de la historia.



La argumentación a través de la cual se despliega la filosofía hegeliana de la historia es compleja, y conviene seguirla paso a paso, para minimizar los riesgos de extravío. Para comenzar, y a semejanza de Kant, Hegel parte de la convicción según la cual el “enorme sacrificio” que se patentiza en la historia “ha de tener por fundamento un fin último”.57 Es en la historia universal donde “la masa entera del mal concreto aparece ante nuestros ojos”, y de allí que Hegel defina su reflexión como una Teodicea, es decir, “una justificación de Dios”, que se propone “hacer concebible el mal, frente al poder absoluto de la razón”.

Ante lo negativo, “que nos hace ver cómo en la historia universal lo más noble y más hermoso es sacrificado en su altar”, Hegel reivindica el poder y significado de la razón, “que quiere más bien en su lugar (de los negativo, AR) un fin afirmativo: La razón no puede contentarse con que algunos individuos hayan sido menoscabados; los fines particulares se pierden en lo universal. La razón ve, en lo que nace y perece, la obra que ha brotado del trabajo universal del género humano, una obra que existe realmente en el mundo a que nosotros pertenecemos”.El siguiente párrafo merece ser transcrito a plenitud, pues condensa aspectos claves de la visión histórica de Hegel:

“...en lo tocante al verdadero ideal, a la idea de la razón misma, la filosofía debe llevarnos al conocimiento de que el mundo real es tal como debe ser y de que la voluntad racional, el bien concreto, es de hecho lo más  poderoso, el poder absoluto, realizándose. El verdadero bien, la divina razón universal, es también el poder de realizarce a sí mismo. Este bien, esta razón, en su representación más concreta, es Dios. Lo que llamamos Dios es el bien, no meramente como una idea en general, sino como una eficiencia. La evidencia filosófica es que sobre el poder del bien de Dios no hay ningún poder que le impida imponerse; es que Dios tiene razón siempre; es que la historia universal representa el plan de la Providencia. Dios gobierna el mundo; el contenido de su gobierno, la realización de su plan, es la historia universal. Comprender esta es la tarea de la filosofía de la historia universal, que se basa en el supuesto de que el ideal se realiza y de que solo aquello que es conforme a la idea tiene realidad. Ante la pura luz de esta idea divina, que no es un mero ideal, desaparece la ilusión de que el mundo sea una loca e insensata cadena de sucesos. La filosofía quiere conocer el contenido, la realidad de la idea divina y justificar la despreciada realidad, pues la razón es la percepción de la obra divina”.

Hhegel, al igual que Kant, procura mostrar que la evidente irracionalidad de la historia no ocurre en vano, y que un principio de razón constituye de hecho el nexo interno que explica y concede sentido a los eventos. La tarea del filósofo consiste en “buscar en la historia un fin universal, el fin último del mundo, no un fin particular del espíritu subjetivo o del ánimo”, dando por supuesto, como verdad, “que en los acontecimientos de los pueblos domina un fin último, que en la historia universal hay una razón”. El filósofo se aproxima a la historia “con fe en la razón” y la trata “como un material...no dejándola tal como es, sino disponiéndola con arreglo al pensamiento y construyendo a priori una historia”, desentrañando “el espíritu de los acontecimientos” que responde a “una necesidad superior”. Dicho de otra manera, para Hegel la filosofía de la historia no es una mera reflexión filosófica sobre la historia, sino la historia misma hecha filosófica en cuanto distinta a la exclusivamente empírica, no sólo comprobada como una serie de hechos sino comprendida por “aprehensión de las razones por las cuales acontecieron los hechos como acontecieron”.

El gran contenido de la historia universal “es racional y tiene que ser racional”, afirma Hegel; y esa historia “se desenvuelve en el terreno del espíritu...El reino del espíritu es el creado por el hombre. Podemos forjarnos toda clase de representaciones sobre lo que sea el reino de Dios; siempre ha de ser un reino del espíritu, que debe ser realizado en el hombre y establecido en la existencia”.El curso del espíritu es, pues, una creación humana, enmarcada dentro del plan de la Providencia, y esa creación humana constituye un curso de progreso, definido como la serie de fases por las que pasa la conciencia de la libertad. En cuanto al plan de la Providencia, Hegel se explica de este modo:


“Podría no haber dicho que nuestra afirmación de que la razón rige y ha regido el mundo, se expresa en forma religiosa, cuando afirmamos que la Providencia rige el mundo. Así no hubiera recordado esta cuestión de la posibilidad de conocer a Dios. Pero no he querido dejar de hacerlo...para evitar la sospecha de que la filosofía se atemorice...de recordar las verdades religiosas y las aparte de su camino, como si, acerca de ellas, no tuviera la conciencia tranquila...Se acusa de orgullo a la razón por querer saber algo sobre Dios. Pero más bien debe decirse que la verdadera humildad consiste justamente en reconocer a Dios en todas las cosas, tributándole honor en todo y principalmente en el teatro de la historia universal”.

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